viernes, 22 de noviembre de 2024
martes, 29 de octubre de 2024
La revolución mexicana
La Revolución Mexicana fue causada por una combinación de factores políticos, sociales y económicos. Los factores políticos incluyeron el régimen represivo de Porfirio Díaz, la falta de democracia en México y el creciente descontento del pueblo mexicano.
Los factores sociales incluyeron las malas condiciones de los campesinos y trabajadores, los altos niveles de desigualdad y el abuso de la población indígena.
Los factores económicos incluyeron la dependencia del país de la inversión extranjera, la falta de industrialización y la falta de oportunidades económicas.
La Revolución Mexicana fue liderada por una serie de figuras importantes, como Francisco Madero, Emiliano Zapata, Pancho Villa y Venustiano Carranza.
Madero fue el principal instigador de la Revolución, Zapata dirigió el levantamiento campesino en el sur, Villa dirigió la guerra de guerrillas en el norte y Carranza fue el primer presidente del gobierno mexicano posrevolucionario.
La Revolución Mexicana resultó en el derrocamiento del régimen de Díaz, el establecimiento de un nuevo gobierno y el surgimiento de México como una nación moderna. La Revolución también tuvo una serie de importantes consecuencias sociales y económicas, incluida la redistribución de la tierra, la institución de reformas como la jornada laboral de 8 horas y el surgimiento de la clase trabajadora.
"No oyes ladrar los perros" Juan Rulfo
—Tú que vas allá arriba, Ignacio, dime si no oyes alguna señal de
algo o si ves alguna luz en alguna parte.
—No se ve nada.
—Ya debemos estar cerca.
—Sí, pero no se oye nada.
—Mira bien.
—No se ve nada.
—Pobre de ti, Ignacio.
La sombra larga y negra de los hombres siguió moviéndose de
arriba abajo, trepándose a las piedras, disminuyendo y creciendo según
avanzaba por la orilla del arroyo. Era una sola sombra, tambaleante.
La luna venía saliendo de la tierra, como una llamarada redonda.
—Ya debemos estar llegando a ese pueblo, Ignacio. Tú que llevas
las orejas de fuera, fíjate a ver si no oyes ladrar los perros. Acuérdate
que nos dijeron que Tonaya estaba detrasito del monte. Y desde qué
horas que hemos dejado el monte. Acuérdate, Ignacio.
—Sí, pero no veo rastro de nada.
—Me estoy cansando.
—Bájame.
El viejo se fue reculando hasta encontrarse con el paredón y se
recargó allí, sin soltar la carga de sus hombros. Aunque se le doblaban
las piernas, no quería sentarse, porque después no hubiera podido
levantar el cuerpo de su hijo, al que allá atrás, horas antes, le habían
ayudado a echárselo a la espalda. Y así lo había traído desde entonces.
— ¿Cómo te sientes?
—Mal.
Hablaba poco. Cada vez menos. En ratos parecía dormir. En ratos
parecía tener frío. Temblaba. Sabía cuándo le agarraba a su hijo el
temblor por las sacudidas que le daba, y porque los pies se le encajaban
en los ijares como espuelas. Luego las manos del hijo, que traía
trabadas en su pescuezo, le zarandeaban la cabeza como si fuera una
sonaja.
Él apretaba los dientes para no morderse la lengua y cuando
acababa aquello le preguntaba:
— ¿Te duele mucho?
—Algo —contestaba él.
Primero le había dicho: «Apéame aquí... Déjame aquí... Vete tú
solo. Yo te alcanzaré mañana o en cuanto me reponga un poco.» Se lo
había dicho como cincuenta veces. Ahora ni siquiera eso decía.
Allí estaba la luna. Enfrente de ellos. Una luna grande y colorada
que les llenaba de luz los ojos y que estiraba y oscurecía más su sombra
sobre la tierra.
—No veo ya por dónde voy —decía él.
Pero nadie le contestaba.
El otro iba allá arriba, todo iluminado por la luna, con su cara
descolorida, sin sangre, reflejando una luz opaca. Y él acá abajo.
—¿Me oíste, Ignacio? Te digo que no veo bien. Y el otro se quedaba
callado.
Siguió caminando, a tropezones. Encogía el cuerpo y luego se
enderezaba para volver a tropezar de nuevo.
—Éste no es ningún camino. Nos dijeron que detrás del cerro
estaba Tonaya. Ya hemos pasado el cerro. Y Tonaya no se ve, ni se oye
ningún ruido que nos diga que está cerca. ¿Por qué no quieres decirme
que ves, tú que vas allá arriba, Ignacio?
—Bájame, padre.
—¿Te sientes mal?
—Sí.
—Te llevaré a Tonaya a como dé lugar. Allí encontraré quien te
cuide. Dicen que allí hay un doctor. Yo te llevaré con él. Te he traído
cargando desde hace horas y no te dejaré tirado aquí para que acaben
contigo quienes sean.
Se tambaleó un poco. Dio dos o tres pasos de lado y volvió a
enderezarse.
—Te llevaré a Tonaya.
—Bájame.
Su voz se hizo quedita, apenas murmurada:
—Quiero acostarme un rato.
—Duérmete allí arriba. Al cabo te llevo bien agarrado.
La luna iba subiendo, casi azul, sobre un cielo claro. La cara del
viejo, mojada en sudor, se llenó de luz. Escondió los ojos para no mirar
de frente, ya que no podía agachar la cabeza agarrotada entre las
manos de su hijo.
—Todo esto que hago, no lo hago por usted. Lo hago por su difunta
madre. Porque usted fue su hijo. Por eso lo hago. Ella me reconvendría
si yo lo hubiera dejado tirado allí, donde lo encontré, y no lo hubiera
recogido para llevarlo a que lo curen, como estoy haciéndolo. Es ella la
que me da ánimos, no usted. Comenzando porque a usted no le debo
más que puras dificultades, puras mortificaciones, puras vergüenzas.
Sudaba al hablar. Pero el viento de la noche le secaba el sudor. Y
sobre el sudor seco, volvía a sudar.
—Me derrengaré, pero llegaré con usted a Tonaya, para que le
alivien esas heridas que le han hecho. Y estoy seguro de que, en cuanto
se sienta usted bien, volverá a sus malos pasos. Eso ya no me importa.
Con tal que se vaya lejos, donde yo no vuelva a saber de usted. Con tal
de eso... Porque para mí usted ya no es mi hijo. He maldecido la sangre
que usted tiene de mí. La parte que a mí me tocaba la he maldecido. He
dicho: «¡Que se le pudra en los riñones la sangre que yo le di!» Lo dije
desde que supe que usted andaba trajinando por los caminos, viviendo
del robo y matando gente... Y gente buena. Y si no, allí está mi
compadre Tranquilino. El que lo bautizó a usted. El que le dio su
nombre. A él también le tocó la mala suerte de encontrarse con usted.
Desde entonces dije: «Ése no puede ser mi hijo.»
—Mira a ver si ya ves algo. O si oyes algo. Tú que puedes hacerlo
desde allá arriba, porque yo me siento sordo.
—No veo nada.
—Peor para ti, Ignacio.
—Tengo sed.
—¡Aguántate! Ya debemos estar cerca. Lo que pasa es que ya es
muy noche y han de haber apagado la luz en el pueblo. Pero al menos
debías de oír si ladran los perros. Haz por oír.
—Dame agua.
—Aquí no hay agua. No hay más que piedras. Aguántate. Y aunque
la hubiera, no te bajaría a tomar agua. Nadie me ayudaría a subirte otra
vez y yo solo no puedo.
—Tengo mucha sed y mucho sueño.
—Me acuerdo cuando naciste. Así eras entonces. Despertabas con
hambre y comías para volver a dormirte. Y tu madre te daba agua,
porqué ya te habías acabado la leche de ella. No tenías llenadero. Y eras
muy rabioso. Nunca pensé que con el tiempo se te fuera a subir aquella
rabia a la cabeza... Pero así fue. Tu madre, que descanse en paz, quería
que te criaras fuerte. Creía que cuando tú crecieras irías a ser su sostén.
No te tuvo más que a ti. El otro hijo que iba a tener la mató. Y tú la
hubieras matado otra vez si ella estuviera viva a estas alturas.
Sintió que el hombre aquel que llevaba sobre sus hombros dejó de
apretar las rodillas y comenzó a soltar los pies, balanceándolos de un
lado para otro. Y le pareció que la cabeza, allá arriba, se sacudía como
si sollozara.
Sobre su cabello sintió que caían gruesas gotas, como de lágrimas.
— ¿Lloras, Ignacio? Lo hace llorar a usted el recuerdo de su madre,
¿verdad? Pero nunca hizo usted nada por ella. Nos pagó siempre mal.
Parece que, en lugar de cariño, le hubiéramos retacado el cuerpo de
maldad. ¿Y ya ve? Ahora lo han herido. ¿Qué pasó con sus amigos? Los
mataron a todos. Pero ellos no tenían a nadie. Ellos bien hubieran
podido decir: «No tenemos a quién darle nuestra lástima.» ¿Pero usted,
Ignacio?
Allí estaba ya el pueblo. Vio brillar los tejados bajo la luz de la luna.
Tuvo la impresión de que lo aplastaba el peso de su hijo al sentir que las
corvas se le doblaban en el último esfuerzo. Al llegar al primer tejaban,
se recostó sobre el pretil de la acera y soltó el cuerpo, flojo, como si lo
hubieran descoyuntado.
Destrabó difícilmente los dedos con que su hijo había venido
sosteniéndose de su cuello y, al quedar libre, oyó cómo por todas partes
ladraban los perros.
— ¿Y tú no los oías, Ignacio? —dijo—. No me ayudaste ni siquiera
con esta esperanza.
Juan Rulfo, El llano en llamas, 1953
martes, 10 de septiembre de 2024
Poemas de Walt Whitman para la creación del caligrama
Canto a mí mismo»
Me celebro y me canto a mí mismo.
Y lo que yo diga ahora de mí, lo digo de ti,
porque lo que yo tengo lo tienes tú
y cada átomo de mi cuerpo es tuyo también.
Vago… e invito a vagar a mi alma.
Vago y me tumbo a mi antojo sobre la tierra
par ver cómo crece la hierba del estío.
Mi lengua y cada molécula de mi sangre nacieron aquí,
de esta tierra y de estos vientos.
Me engendraron padres que nacieron aquí,
de padres que engendraron otros padres que nacieron aquí,
de padres hijos de esta tierra y de estos vientos también.
martes, 20 de agosto de 2024
Información sobre Vanguardias fuente:"Literatura del siglo XX" de Jorge Albistur
El futurismo
"Walking around" Pablo Neruda
Sucede que me canso de ser hombre.
Sucede que entro en las sastrerías y en los cines
marchito, impenetrable, como un cisne de fieltro
navegando en un agua de origen y ceniza.
El olor de las peluquerías me hace llorar a gritos.
Sólo quiero un descanso de piedras o de lana,
sólo quiero no ver establecimientos ni jardines,
ni mercaderías, ni anteojos, ni ascensores.
Sucede que me canso de mis pies y mis uñas
y mi pelo y mi sombra.
Sucede que me canso de ser hombre.
Sin embargo sería delicioso
asustar a un notario con un lirio cortado
o dar muerte a una monja con un golpe de oreja.
Sería bello
ir por las calles con un cuchillo verde
y dando gritos hasta morir de frío.
No quiero seguir siendo raíz en las tinieblas,
vacilante, extendido, tiritando de sueño,
hacia abajo, en las tripas mojadas de la tierra,
absorbiendo y pensando, comiendo cada día.
No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos
ateridos, muriéndome de pena.
Por eso el día lunes arde como el petróleo
cuando me ve llegar con mi cara de cárcel,
y aúlla en su transcurso como una rueda herida,
y da pasos de sangre caliente hacia la noche.
Y me empuja a ciertos rincones, a ciertas casas húmedas,
a hospitales donde los huesos salen por la ventana,
a ciertas zapaterías con olor a vinagre,
a calles espantosas como grietas.
Hay pájaros de color de azufre y horribles intestinos
colgando de las puertas de las casas que odio,
hay dentaduras olvidadas en una cafetera,
hay espejos
que debieran haber llorado de vergüenza y espanto,
hay paraguas en todas partes, y venenos, y ombligos.
Yo paseo con calma, con ojos, con zapatos,
con furia, con olvido,
paso, cruzo oficinas y tiendas de ortopedia,
y patios donde hay ropas colgadas de un alambre:
calzoncillos, toallas y camisas que lloran
lentas lágrimas sucias.
lunes, 12 de agosto de 2024
Poema 15 Pablo Neruda
y me oyes desde lejos, y mi voz no te toca.
Parece que los ojos se te hubieran volado
y parece que un beso te cerrara la boca.
Como todas las cosas están llenas de mi alma
emerges de las cosas, llena del alma mía.
Mariposa de sueño, te pareces a mi alma,
y te pareces a la palabra melancolía
Me gustas cuando callas y estás como distante.
Y estás como quejándote, mariposa en arrullo.
Y me oyes desde lejos, y mi voz no te alcanza:
déjame que me calle con el silencio tuyo.
Déjame que te hable también con tu silencio
claro como una lámpara, simple como un anillo.
Eres como la noche, callada y constelada.
Tu silencio es de estrella, tan lejano y sencillo.
Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa como si hubieras muerto.
Una palabra entonces, una sonrisa bastan.
Y estoy alegre, alegre de que no sea cierto.
Poema 20
Poema 20
Pablo Neruda
martes, 6 de agosto de 2024
"Un perro andaluz" Luis Buñuel (película surrealista)
https://www.youtube.com/watch?v=pF6hUwkgMbw
Atención: no la miren si son sensibles o si les molestan las imágenes que puedan causar ansiedad. Hay escenas de desnudos.
Tristán Tzará (ejemplo de poema dadaísta)
los dientes hambrientos del ojo
cubiertos de hollín de seda
abiertos a la lluvia
todo el año
el agua desnuda
oscurece el sudor de la frente de la noche
el ojo está encerrado en un triángulo
el triángulo sostiene otro triángulo
el ojo a velocidad reducida
mastica fragmentos de sueño
mastica dientes de sol dientes cargados de sueño
el ruido ordenado en la periferia del resplandor
es un ángel
que sirve de cerradura a la seguridad de la canción
una pipa que se fuma en el compartimiento de fumadores
en su carne los gritos se filtran por los nervios
que conducen la lluvia y sus dibujos
las mujeres lo usan a modo de collar
y despierta la alegría de los astrónomos
todos lo toman por un juego de pliegues marinos
aterciopelado por el calor y el insomnio que lo colora
su ojo solo se abre para el mío
no hay nadie sino yo que tenga miedo cuando lo mira
y me deja en estado de respetuoso sufrimiento
allí donde los músculos de su vientre y de sus piernas inflexibles
se encuentran en un soplido animal de hálito salino
aparto con pudor las formaciones nubosas y su meta
carne inexplorada que bruñen y suavizan las aguas más sutiles
Características dadaístas: ausencia de signos de puntuación, versos carentes de sentido y casi de significado, obra fruto de azar, no hay un tema ni un título.
"Nocturnos" Juan Larrea (ejemplo de poema ultraísta)
Llueve
Los pájaros de la lluvia
picotean los trigos de los charcos
Los árboles duermen
sobre una pata
Revoloteos, revoloteos
Destartala un coche
su estrépito final de endecasílabo
Un hombre cruza como un mal pensamiento
Los mosquitos de agua
colmenean las luces
Incendios de alas
revoloteos
Llueve
Características ultraístas: ausencia de signos de puntuación, acumulación de metáforas y/o comparaciones, valoración de lo poético y simbólico, palabras inventadas usadas como si fueran reales, breve.
"La muerte rosa" André Breton (ejemplo de poema surrealista)
Los pulpos alados guiarán por última vez la barca cuyas
velas están hechas de ese solo día hora a hora
Es la velada única tras la cual sentirás subir por tus cabellos
el sol blanco y negro
De los calabozos rezumará un licor más fuerte que la muerte
Cuando se la contempla desde lo alto de un precipicio
Los cometas se posarán suavemente en los bosques antes
de fulminarlos
Y todo pasará dentro del amor indivisible
Si el motivo de los ríos nunca desaparece
Antes de que sea completamente de noche observarás
La gran pausa de la plata
Sobre un pescador en flor aparecerán las manos
Que escribieron estos versos y que serán husos de plata también
Y también golondrinas de plata sobre el oficio de la lluvia
Verás el horizonte abrirse y de pronto habrá acabado el
beso del espacio
Pero el miedo ya no existirá más y los cristales del cielo y del mar
Volarán por el viento con más fuerza que nosotros
Qué haré yo con el temblor de tu voz
Sonríe danzarina alrededor del único lustro que no caerá
Trampa del tiempo
Subiré los corazones de los hombres
Para una suprema lapidación
Mi hambre dará vueltas como un diamante demasiado tallado
Trenzará los cabellos de su hijo el fuego
Silencio y vida
Pero los nombres de los amantes se olvidarán
Como la adónica gota de sangre
En la luz enloquecida
Mañana engañarás a tu propia juventud
A tu gran juventud luciérnaga
Los ecos solos harán moldes de todos los lugares que existieron
Y en la infinita vegetación transparente
Te pasearás con la celeridad
Que se pide a los animales de los bosques
Acaso te desgranes entre mis despojos
Sin verlos lo mismo que uno se arroja sobre un arma fluctuante
Pero yo perteneceré al vacío semejante a los Peldaños
De una escalera cuyo movimiento se llama muy penoso
Para ti los perfumes desde entonces los perfumes prohibidos
Lo angélico
Bajo el musgo esponjoso y bajo tus pasos que no existen
Mis sueños serán vanos y formales como el rumor de los
párpados del agua en la sombra
Me introduciré en los tuyos para sondear la profundidad
de tus lágrimas
Mis llamadas te dejarán dulcemente vacilante
Y en el tren hecho de tortugas de hielo
No tendrás que tirar de la señal de alarma
Llegarás sola a esta playa perdida
Dónde una estrella descenderá sobre tus equipajes de arena
Características surrealistas: uso recurrente de imágenes oníricas e incluso pesadillescas, referencia al sueño, los ojos, elementos vinculados con precipicios, peñascos, imágenes angustiantes.
"Canción del automóvil" Vladimir Mayakovski (ejemplo de poema futurista) fragmento
¡Dios vehemente de una raza de acero,
automóvil ebrio de espacio,
que piafas de angustia, con el freno en los dientes estridentes!
¡Oh formidable monstruo japonés de ojos de fragua,
nutrido de llamas y aceites minerales,
hambriento de horizontes y presas siderales
tu corazón se expande en su taf-taf diabólico
y tus recios neumáticos se hinchen para las danzas
que bailen por las blancas carreteras del mundo!
Suelto, por fin, tus bridas metálicas…
¡Te lanzas con embriaguez el Infinito liberador!
Al estrépito del aullar de tu voz…
he aquí que el Sol poniente va Imitando tu andar veloz,
acelerando su palpitación sanguinolento a ras del horizonte…
¡Míralo galopar al fondo de los bosques!…
¡Qué importa, hermoso Demonio!
A tu merced me encuentro…
¡Tómame sobre la tierra ensordecido a pesar de todos sus ecos,
bajo el cielo que ciega a pesar de sus astros de oro,
camino exasperando mi fiebre y mi deseo,
con el puñal del frío en pleno rostro!
De vez en vez alzo mi cuerpo para sentir en mi cuello,
que tiembla la presión de los brazos helados
y aterciopelados del viento.
¡Son tus brazos encantadores y lejanos que me atraen!
Este viento es tu aliento devorante,
Insondable Infinito que me absorbes con gozo…
¡Ah! los negros molinos desmanganillados
parece de pronto que,
sobre sus aspas de tela emballenada
emprenden una loca carrera
como sobre unas piernas desmesurados…
He aquí que las Montañas se aprestan a lanzar
sobre mi fuga capas de frescor soñoliento…
¡Allá! ¡Allá! ¡mirad! ¡en ese recodo siniestro!…
¡Oh Montañas, Rebaño monstruoso, Mammuths
que trotáis pesadamente, arqueando los lomos Inmensos,
ya desfilasteis… ya estáis ahogadas
en la madeja de las brumas!…
Y vagamente escucho el estruendo rechinante
producido en las carreteras
por vuestras piernas colosales de las botas de siete leguas…
Características futuristas: glorificación del automóvil, la máquina, la velocidad, se encuentra la belleza en las partes del automóvil, se le describe como a una amada. Utilización de onomatopeyas que refieren a los sonidos del motor, escaso uso de signos de puntuación.