viernes, 28 de octubre de 2022

capítulo 4 "El Quijote"

De lo que le sucedió a nuestro caballero cuando salió de la venta

La del alba sería cuando Don Quijote salió de la venta, tan contento, tan gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba por las cinchas del caballo. Mas viniéndole a la memoria los consejos de su huésped acerca de las prevenciones tan necesarias que había de llevar consigo, en especial la de los dineros y camisas, determinó volver a su casa y acomodarse de todo, y de un escudero, haciendo cuenta de recibir a un labrador vecino suyo, que era pobre y con hijos, pero muy a propósito para el oficio escuderil de la caballería. Con este pensamiento guió a Rocinante hacia su aldea, el cual casi conociendo la querencia, con tanta gana comenzó a caminar, que parecía que no ponía los pies en el suelo. No había andado mucho, cuando le pareció que a su diestra mano, de la espesura de un bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas, como de persona que se quejaba; y apenas las hubo oído, cuando dijo: gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone ocasiones delante, donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi profesión, y donde pueda coger el fruto de mis buenos deseos: estas voces sin duda son de algún menesteroso o menesterosa, que ha menester mi favor y ayuda: y volviendo las riendas encaminó a Rocinante hacia donde le pareció que las voces salían; y a pocos pasos que entró por el bosque, vió atada una yegua a una encina, y atado en otra un muchacho desnudo de medio cuerpo arriba, de edad de quince años, que era el que las voces daba y no sin causa, porque le estaba dando con una pretina muchos azotes un labrador de buen talle, y cada azote le acompañaba con una reprensión y consejo, porque decía: la lengua queda y los ojos listos. Y el muchacho respondía: no lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios, que no lo haré otra vez, y yo prometo de tener de aquí adelante más cuidado con el hato. Y viendo Don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo: descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender no se puede; subid sobre vuestro caballo y tomad vuestra lanza, (que también tenía una lanza arrimada a la encina, adonde estaba arrendada la yegua) que yo os haré conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo.

El labrador, que vió sobre sí aquella figura llena de armas, blandiendo la lanza sobre su rostro, túvose por muerto, y con buenas palabras respondió: señor caballero, este muchacho que estoy castigando es un mi criado, que me sirve de guardar una manada de ovejas que tengo en estos contornos, el cual es tan descuidado que cada día me falta una, y porque castigo su descuido o bellaquería, dice que lo hago de miserable, por no pagarle la soldada que le debo, y en Dios y en mi ánima que miente. ¿Miente, delante de mí, ruin villano? dijo Don Quijote. Por el sol que nos alumbra, que estoy por pasaros de parte a parte con esta lanza: pagadle luego sin más réplica; si no, por el Dios que nos rige, que os concluya y aniquile en este punto: desatadlo luego. El labrador bajó la cabeza, y sin responder palabra desató a su criado, al cual preguntó Don Quijote que cuánto le debía su amo. El dijo que nueve meses, a siete reales cada mes. Hizo la cuenta Don Quijote, y halló que montaban sesenta y tres reales, y díjole al labrador que al momento los desembolsase, si no quería morir por ello. Respondió el medroso villano, que por el paso en que estaba y juramento que había hecho (y aún no había jurado nada), que no eran tantos, porque se le había de descontar y recibir en cuenta tres pares de zapatos que le había dado, y un real de dos sangrías que le habían hecho estando enfermo. Bien está todo eso, replicó Don Quijote; pero quédense los zapatos y las sangrías por los azotes que sin culpa le habéis dado, que si él rompió el cuero de los zapatos que vos pagásteis, vos le habéis rompido el de su cuerpo, y si le sacó el barbero sangre estando enfermo, vos en sanidad se la habéis sacado; así que por esta parte no os debe nada. El daño está, señor caballero, en que no tengo aquí dineros: véngase Andrés conmigo a mi casa, que yo se los pagaré un real sobre otro.

¿Irme yo con él, dijo el muchacho, más? ¡Mal año! No, señor, ni por pienso, porque en viéndose solo me desollará como a un San Bartolomé. No hará tal, replicó Don Quijote; basta que yo se lo mande para que me tenga respeto, y con que él me lo jure por la ley de caballería que ha recibido, le dejaré ir libre y aseguraré la paga. Mire vuestra merced, señor, lo que dice, dijo el muchacho, que este mi amo no es caballero, ni ha recibido orden de caballería alguna, que es Juan Haldudo el rico, vecino del Quintanar.

Importa poco eso, respondió Don Quijote, que Haldudos puede haber caballeros, cuanto más que cada uno es hijo de sus obras. Así es verdad, dijo Andrés; pero este mi amo, ¿de qué obras es hijo, pues me niega mi soldada y mi sudor y trabajo? No niego, hermano Andrés, respondió el labrador, y hacedme placer de veniros conmigo, que yo juro, por todas las órdenes de caballerías hay en el mundo, de pagaros, como tengo dicho, un real sobre otro, y aun sahumados. Del sahumerio os hago gracia, dijo Don Quijote, dádselos en reales, que con esto me contento; y mirad que lo cumpláis como lo habéis jurado; si no, por el mismojuramento os juro de volver a buscaros y a castigaros, y que os tengo de hallar aunque os escondáis más que una lagartija. Y si queréis saber quién os manda esto, para quedar con más veras obligado a cumplirlo, sabed que yo soy el valeroso Don Quijote de la Mancha, el desfacedor de agravios y sinrazones; y a Dios quedad, y no se os parta de las mientes lo prometido y jurado, so pena de la pena pronunciada.

Y en diciendo esto picó a su Rocinante, y en breve espacio se apartó de ellos. Siguióle el labrador con los ojos, y cuando vió que había traspuesto el bosque y que ya no parecía, volvióse a su criado Andrés y díjole: Venid acá, hijo mío, que os quiero pagar lo que os debo, como aquel desfacedor de agravios me dejó mandado. Eso juro yo, dijo Andrés, y como que andará vuestra merced acertado en cumplir el mandamiento de aquel buen caballero, que mil años viva, que según es de valeroso y de buen jue, vive Roque, que si no me paga, que vuelva y ejecute lo que dijo. También lo juro yo, dijo el labrador; pero por lo mucho que os quiero, quiero acrecentar la deuda por acrecentar la paga. Y asiéndolo del brazo, le tornó a atar a la encina, donde le dió tantos azotes, que le dejó por muerto. Llamad, señor Andrés, ahora, decía el labrador, al desfacedor de agravios, veréis cómo no desface aqueste, aunque creo que no está acabado de hacer, porque me viene gana de desollaros vivo, como vos temíades.

Pero al fin le desató, y le dió licencia que fuese a buscar a su juez para que ejecutase la pronunciada sentencia. Andrés se partió algo mohino, jurando de ir a buscar al valeroso Don Quijote de la Mancha, y contarle punto por punto lo que había pasado, y que se lo había de pagar con setenas, pero con todo esto, él se partió llorando y su amo se quedó riendo.

Y de esta manera deshizo el agravio el valeroso Don Quijote, el cual, contentísimo de lo sucedido, pareciéndole que había dado felicísimo y alto principio a sus caballerías, con gran satisfacción de sí mismo iba caminando hacia su aldea, diciendo a media voz: Bien te puedes llamar dichosas sobre cuantas hoy viven en la tierra, oh sobre las bellas, bella Dulcinea del Toboso, pues te cupo en suerte tener sujeto y rendido a toda tu voluntad y talante a un tan valiente y tan nombrado caballero, como lo es y será Don Quijote de la Mancha, el cual, como todo el mundo sabe, ayer recibió la orden de caballería, y hoy ha desfecho el mayor tuerto y agravio que formó la sinrazón y cometió la crueldad; hoy quitó el látigo de la mano a aquel despiadado enemigo que tan sin ocasión valpuleaba a aquel delicado infante. En esto llegó a un camino que en cuatro se dividía, y luego se le vino a la imaginación las encrucijadas donde los caballeros andantes se ponían a pensar cuál camino de aquellos tomarían; y por imitarlos, estuvo un rato quedo, y al cabo de haberlo muy bien pensado soltó la rienda a Rocinante, dejando a la voluntad del rocín la suya, el cual siguió su primer intento, que fue el irse camino de su caballeriza, y habiendo andado como dos millas, descubrió Don Quijote un gran tropel de gente que, como después se supo, eran unos mercaderes toledanos, que iban a comprar a Murcia. Eran seis, y venían con sus quitasoles, con otros cuatro criados a caballo y tres mozos de mulas a pie.

Apenas les divisó Don Quijote, cuando se imaginó ser cosa de nueva aventura, y por imitar en todo, cuanto a él le parecía posible, los pasos que había leído en su s libros, le pareció venir allí de molde uno que pensaba hacer; y así con gentil continente y denuedo se afirmó bien en los estribos, apretó la lanza, llegó la adarga al pecho, y puesto en la mitad del camino estuvo esperando que aquellos caballeros andantes llegasen (que ya él por tales los tenía y juzgaba); y cuando llegaron a trecho que se pudieron ver y oír, levantó Don Quijote la voz, y con ademán arrogante dijo: todo el mundo se tenga, si todo el mundo no confiesa que no hay en el mundo todo doncella más hermosa que la emperatriz de la Mancha, la sin par Dulcinea del Toboso.

Paráronse los mercaderes al son de estas razones, y al ver la estraña figura del que las decía, y por la figura y por ellas luego echaron de ver la locura de su dueño, mas quisieron ver despacio en qué paraba aquella confesión que se les pedía; y uno de ellos, que era un poco burlón y muy mucho discreto, le dijo: señor caballero, nosotros no conocemos quién es esa buena señora que decís; mostrádnosla, que si ella fuere de tanta hermosura como significáis, de buena gana y sin apremio alguno confesaremos la verdad que por parte vuestra nos es pedida. Si os la mostrara, replicó Don Quijote, ¿qué hiciérades vosotros en confesar una verdad tan notoria? La importancia está en que sin verla lo habéis de creer, confesar, afirmar, jurar y defender; donde no, conmigo sois en batalla, gente descomunal y soberbia: que ahora vengáis uno a uno, como pide la orden de caballería, ora todos juntos, como es costumbre y mala usanza de los de vuestra ralea, aquí os aguardo y espero, confiado en la razón que de mi parte tengo. Señor caballero, replicó el mercader, suplico a vuestra merced en nombre de todos estos príncipes que aquí estamos, que, porque no carguemos nuestras conciencias, confesando una cosa por nosotros jamás vista ni oída, y más siendo tan en perjuicio de las emperatrices y reinas del Alcarria y Extremadura, que vuestra merced sea servido de mostrarnos algún retrato de esa señora, aunque sea tamaño como un grano de trigo, que por el hilo se sacará el ovillo, y quedaremos con esto satisfechos y seguros, y vuestra merce quedará contento y pagado; y aun creo que estamos ya tan de su parte, que aunque su retrato nos muestre que es turerta de un ojo, y que del otro le mana bermellón y piedra azufre, con todo eso, por complacer a vuestra merced, diremos en su favor todo lo que quisiere. No le mana, canalla infame, respondió Don Quijote encendido en cólera, no le mana, digo, eso que decís, sino ámbar y algalia entre algodones, y no es tuerta ni corcobada, sino más derecha que un huso de Guadarrama; pero vosotros pagaréis la grande blasfemia que habéis dicho contra tamaña beldad, como es la de mi señora. Y en diciendo esto, arremetió con la lanza baja contra el que lo había dicho, con tanta furia y enojo, que si la buena suerte no hiciera que en la mitad del camino tropezara Rocinante, lo pasara mal el atrevido mercader. Cayó Rocinante, y fue rodando su amo una buena pieza por el campo, y queriéndose levantar, jamás pudo: tal embarazo le causaba la lanza, espuelas y celada, con el peso de las antiguas armas. Y entre tanto que pugnaba por levantarse y no podía, estaba diciendo: non fuyáis, gente cobarde, gente cautiva, atended que no por culpa mía, sino de mi caballo, estoy aquí tendido. Un mozo de mulas de los que allí venían, que no debía de ser muy bien intencionado, oyendo decir al pobre caído tantas arrogancias, no lo pudo sufrir sin darle la respuesta en las costillas. Y llegándose a él, tomó la lanza, y después de haberla hecho pedazos, con uno de ellos comenzó a dar a nuestro Don Quijote tantos palos, que a despecho y pesar de sus armas le molió como cibera. Dábanle voces sus amos que no le diese tanto, y que le dejase; pero estaba ya el mozo picado, y no quiso dejar el juego hasta envidar todo el resto de su cólera; y acudiendo por los demás trozos de la lanza, los acabó de deshacer sobre el miserable caído, que con toda aquella tempestad de palos que sobre él lovía, no cerraba laboca, amenazando al cielo y a la tierra y a los malandrines, que tal le parecían. Cansóse el mozo, y los mercaderes siguieron su camino, llevando que contar en todo él del pobre apaleado, el cual, después que se vió solo, tornó a probar si podía levantarse; pero, si no lo pudo hacer cuando sano y bueno, ¿cómo lo haría molido y casi deshecho? Y aún se tenía por dichoso, pareciéndole que aquella era propia desgracia de caballeros andantes, y toda la atribuía a la falta de su caballo; y no era posible levantarse, según tenía abrumado todo el cuerpo.

 

viernes, 30 de septiembre de 2022

¿Cómo reconocer un cuadro barroco?



Análisis del cuadro Las Meninas

 

Las Meninas era el nombre con el que se conocían a las acompañantes de los niños reales en el S.XVII.
La cruz de Santiago que hay en la vestimenta del pintor fue añadida póstumamente por orden de Felipe IV, demostrando su gratitud por los servicios prestados durante tantos años a la Corte.
Velázquez, Diego Rodríguez de Silva y
La familia de Felipe IV, o Las Meninas
Hacia 1656
Técnica: Óleo.
Soporte: Lienzo.
Medidas: 318 cm x 276 cm.
Escuela :Española.
Tema : Retrato

Esta pintura al óleo fue realizada a mediados del S.XVII por uno de los grandes artistas de la historia del arte español: Velázquez.
Dedicado al estudio de la pintura desde los once años, este sevillano del Siglo de Oro contribuyó a ennoblecer el arte barroco español en un momento en el que las artes estaban controladas por la Iglesia y por la Corte.

Diego de Velázquez se formó en el ambiente contrarreformista español, aunque no se limitó a la estética española: sus viajes a Italia supusieron para él un afán de superación y riqueza estética.
Sus cuadros reflejan la influencia de Caravaggio, Tintoretto o Tiziano, evolucionando su pintura a partir de los conocimientos y la práctica adquirida durante sus 3 años de estancia en Italia.
En 1623, Velázquez fue nombrado Pintor del Rey Felipe IV.
En los últimos años de su vida, pintó Las Meninas.

Para leer esta obra tenemos que centrar nuestra mirada en tres aspectos fundamentales: los personajes retratados, el espacio y la mirada del pintor.
Los personajes:
 
1- Infanta Margarita.
2.- Doña Isabel de Velasco.
3- Doña María Agustina Sarmiento de Sotomayor.
4- Mari Bárbola.
5- Nicolasito Pertusato.
6- Doña Marcela de Ulloa .
7- Don Diego Ruíz Azcona .
8- Don José Nieto Velázquez .
9- Velázquez.
10- El Rey Felipe IV.
11- La Reina Mariana de Austria
La escena transcurre en una de las estancias del Alcázar de Madrid.
La infanta Margarita se encuentra en el centro de la composición, un factor que, junto a la luminosidad que le ha dado el pintor, la convierte en el personaje más relevante del cuadro.
A sus lados, Isabel Velasco y Agustina Sarmiento son las “meninas”, junto a las que se encuentran los enanos de la corte, en actitud lúdica con el perro que hay a sus pies.
En un segundo plano, en la penumbra, vemos a Marcela de Ulloa y a un hombre anónimo.
A la izquierda aparece el autorretrato de Velázquez, realizando su labor como pintor de la corte
y, al fondo de la estancia, se encuentra José Nieto, aposentador de la reina, en una posición que destaca por ser el centro de la perspectiva del cuadro.
Finalmente, podemos ver dos personajes más de máxima importancia: en la pared del fondo, junto a la puerta, se reflejan en el espejo las figuras de Felipe IV y Mariana de Austria.

Si no fuera por el toque de luz que el pintor da al espejo no repararíamos en ellos, e incluso parece que sea un cuadro más dentro de la estancia. Este juego visual, un tanto enigmático, nos permite obtener más información de las personas que hay en el espacio representado.

La instantaneidad del momento se puede ver en los gestos de los personajes, que parecen haber sido alertados por la llamada de alguien exterior a la escena.

El espacio:
*.-  Velázquez nos presenta en esta obra la intimidad del Alcázar y con su maestría nos hace penetrar en una tercera dimensión.
*.- Con la escena que muestra inmortaliza un solo instante de la vida cotidiana de sus personajes.
*.- La luz y la atmósfera del cuadro son la consecuencia del dominio y el genio artístico del pintor sevillano.
*.- Lo más original de Las Meninas es el juego de miradas y espejos que contiene, un efecto habitual en el arte Barroco.
*.- La mirada: Velázquez nos mira fijamente:
Velázquez (la mirada del pintor) se retrata en el cuadro pintando a los reyes, cuya imagen vemos reflejada en un pequeño y poco destacado espejo, al fondo de la escena.
Como espectadores, nos sentimos observados ante la mirada del pintor. Nuestra visión de la escena es la misma que la de los reyes que están siendo retratados por Velázquez.
Este gesto de Velázquez confirma la importancia que en aquel momento tenía la figura del pintor en la corte (que cobra protagonismo en un retrato real). Además, da un paso importante en la representación del mundo real a través del arte, ya que consigue integrar el espacio del espectador (nuestra mirada) con el espacio representado (la mirada de los reyes).

En Las Meninas, nos introduce en su taller.
Velázquez trabaja en el cuadro cuando espontáneamente entran en la sala, en la que (según una de las múltiples interpretaciones) están ya los monarcas reflejados en el espejo del fondo, la infanta Margarita con sus damas y un pequeño séquito.
El punto de fuga va desde las luces del techo y las líneas de las ventanas hasta la puerta abierta del fondo donde se encuentra el aposentador de palacio, y nos invita no sólo a entrar sino a “atravesarlo”.
No se trata de un espacio “pasivo”, la profundidad está determinada por las “interdistancias”, por la luz, por las relaciones recíprocas entre las cosas y las actitudes de los personajes.
Quienes lo observamos nos adentramos en la escena, y tenemos la sensación de que no es una pintura sino una “escena real” que presenciamos a través de la puerta de la habitación contigua. Espacio y luz son el verdadero tema del cuadro.


Biografía y etapas:
*.- Artista sevillano de familia noble venida a menos, mostró desde muy joven inclinación y facilidad por la pintura:
*.- A los 11 años ingresó en el taller de Pacheco con cuya hija se casaría más tarde.
*.- Sus comienzos fueron muy semejantes a los de Zurbarán (tenebrismo, pintura de naturaleza muerta y naturalismo) y llevará a la pintura barroca a su más alta cima.
*.- Es el tipo perfecto de pintor que plasma el mundo que tiene delante de sus ojos sin deformarlo ni idealizarlo; puede que sea la pupila más objetiva que ha contemplado las cosas con intención pictórica.
 *.- Con él se cierra la etapa de diversos siglos para conseguir la captación de la realidad tal cual es. Sus características principales son:

- Maestría técnica en sugerir volúmenes, formas, perspectivas y aire, mediante el dominio de la perspectiva aérea y la pincelada suelta. El avance conseguido por los quatroccentistas italianas en la perspectiva lineal, que sirve para fingir la profundidad sobre el plano, era una mera cuestión técnica, mientras que el dominio de la perspectiva aérea, es decir, la deformación de los cuerpos vistos desde lejos por las capas de aire interpuestas, suponía el encuentro trascendental de comprender y aceptar la relatividad de las formas, las cuales no tienen el valor absoluto con el que las reflejaba el Renacimiento, sino el relativo a su medio, a las circunstancias de luz y atmósfera que las rodea y deforma.

- Composiciones que no tienen el dinamismo ni el movimiento exagerado del Barroco, pero que por sus complicadas formas geométricas, el uso de lo diagonal para configurar los planos, la utilización de la luz y la fusión de escenas reales e imaginarias para que quien lo mire sufra el equívoco, son claramente barrocas.

- Colorido aprendido en la escuela veneciana, que utiliza en su madurez preferentemente los tonos fríos (grises, plateados…) con algún toque cálido, consiguiendo los matices más delicados y de bello conjunto.
- Aunque pintó poco y sin prisa porque se exigía mucho a sí mismo y rectificaba constantemente sus obras, su afán por salvar de la muerte y “hacer vivir” para siempre lo que le rodeaba y veía, lo llevó a comprender en sus obras toda la realidad de su tiempo, la vida sincera: lo bello y lo feo, la corte y el pueblo, el pueblo mendigo y los bufones, los grandes personajes mujeres y varones; sin complacencia ni rechazo ante el modelo, él observa y pinta sin interés por impresionarnos.

Así, a pesar de que sus deberes de palacio lo llevaran a especializarse más en el retrato, su obra toca todos los géneros: naturalezas muertas con figuras, mitología, cuadros religiosos, de historia, interiores, paisajes… y por descontado los retratos.
 

Las Meninas de Velázquez

 

viernes, 16 de septiembre de 2022

"El Quijote" primera parte capítulo 8: episodio de los molinos de viento.

 

Capítulo VIII
Del buen suceso1 que el valeroso don Quijote tuvo en la espantable y jamás imaginada aventura de los molinos de viento,2 con otros sucesos dignos de felice recordación

En esto, descubrieron treinta o cuarenta molinos de viento que hay en aquel campo, y así como don Quijote los vio, dijo a su escudero:

—La ventura va guiando nuestras cosas mejor de lo que acertáramos a desear; porque ves allí, amigo Sancho Panza, donde se descubren treinta o pocos más desaforados gigantes, con quien pienso hacer batalla y quitarles a todos las vidas, con cuyos despojos comenzaremos a enriquecer, que esta es buena guerra3, y es gran servicio de Dios quitar tan mala simiente de sobre la faz de la tierra4.

—¿Qué gigantes? —dijo Sancho Panza.

—Aquellos que allí ves —respondió su amo—, de los brazos largos, que los suelen tener algunos de casi dos leguas.

—Mire vuestra merced —respondió Sancho— que aquellos que allí se parecen no son gigantes5, sino molinos de viento, y lo que en ellos parecen brazos son las aspas, que, volteadas del viento, hacen andar la piedra del molino.

—Bien parece —respondió don Quijote— que no estás cursado en esto de las aventuras6: ellos son gigantes; y si tienes miedo quítate de ahí, y ponte en oración en el espacio que yo voy a entrar con ellos en fiera y desigual batalla7.

Y, diciendo esto, dio de espuelas a su caballo Rocinante8, sin atender a las voces que su escudero Sancho le daba, advirtiéndole que sin duda alguna eran molinos de viento, y no gigantes, aquellos que iba a acometerI. Pero él iba tan puesto en que eran gigantes9, que ni oíaII las voces de su escudero Sancho, ni echaba de ver, aunque estaba ya bien cerca, lo que eran, antes iba diciendo en voces altas:

—Non fuyades10, cobardes y viles criaturas, que un solo caballero es el que os acomete.

Levantóse en esto un poco de viento, y las grandes aspas comenzaron a moverse, lo cual visto por don Quijote, dijo:

—Pues aunque mováis más brazos que los del gigante Briareo11, me lo habéis de pagar.

Y en diciendo esto, y encomendándose de todo corazón a su señora Dulcinea, pidiéndole que en tal trance le socorriese, bien cubierto de su rodela, con la lanza en el ristre12, arremetió a todo el galope de Rocinante y embistió con el primero molino que estaba delante; y dándole una lanzada en el aspa, la volvió el viento con tanta furia, que hizo la lanza pedazos, llevándose tras sí al caballo y al caballero13, que fue rodando muy maltrecho por el campo. Acudió Sancho Panza a socorrerle, a todo el correr de su asno, y cuando llegó halló que no se podía menear: tal fue el golpe que dio con él Rocinante.

—¡Válame Dios! —dijo Sancho—. ¿No le dije yo a vuestra merced que mirase bien lo que hacía, que no eran sino molinos de viento, y no lo podía ignorar sino quien llevase otros tales en la cabeza?

—Calla, amigo Sancho —respondió don Quijote—, que las cosas de la guerra más que otras están sujetas a continua mudanza14; cuanto más, que yo pienso, y es así verdad15, que aquel sabio Frestón que me robó el aposento y los libros ha vuelto estos gigantes en molinos, por quitarme la gloria de su vencimiento: tal es la enemistad que me tiene; mas al cabo al cabo16 han de poder poco sus malas artes contra la bondad de mi espada.

—Dios lo haga como puede —respondió Sancho Panza.

Y, ayudándole a levantar, tornó a subir sobre Rocinante, que medio despaldado estaba17. Y, hablando en la pasada aventura18, siguieron el camino del Puerto Lápice19, porque allí decía don Quijote que no era posible dejar de hallarse muchas y diversas aventuras, por ser lugar muy pasajero20; sino que iba muy pesaroso, por haberle faltado la lanza; y diciéndoselo a su escudero, le dijo:

—Yo me acuerdo haber leído que un caballero español llamado Diego Pérez de Vargas, habiéndosele en una batalla roto la espadaIII, desgajó de una encina un pesado ramo o tronco, y con él hizo tales cosas aquel día y machacó tantos moros, que le quedó por sobrenombre «Machuca»21, y así él como sus decendientes se llamaron desde aquel día en adelante «Vargas y Machuca». Hete dicho esto porque de la primera encina o roble que se me depare pienso desgajar otro tronco, tal y tan bueno como aquel que me imagino; y pienso hacer con él tales hazañas, que tú te tengas por bien afortunado de haber merecido venir a vellas y a ser testigo de cosas que apenas podrán ser creídas.

 

—A la mano de Dios22 —dijo Sancho—. Yo lo creo todo así como vuestra merced lo dice; pero enderécese un poco, que parece que va de medio lado, y debe de ser del molimiento de la caída.

—Así es la verdad —respondió don Quijote—, y si no me quejo del dolor, es porque no es dado a los caballeros andantes quejarse de herida alguna23, aunque se le salgan las tripas por ella.

—Si eso es así, no tengo yo que replicar —respondió Sancho—; pero sabe Dios si yo me holgara que vuestra merced se quejara cuando alguna cosa le doliera. De mí sé decir que me he de quejar del más pequeño dolor que tenga, si ya no se entiende también con los escuderos de los caballeros andantes eso del no quejarse.

"El Quijote" capítulo 10 segunda parte (fragmento)

 

Capítulo X
Donde se cuenta la industria que Sancho tuvo para encantar a la señora Dulcinea1, y de otros sucesos tan ridículos como verdaderos

Llegando el autor desta grande historia a contar lo que en este capítulo cuenta, dice que quisiera pasarle en silencio, temeroso de que no había de ser creído, porque las locuras de don Quijote llegaron aquí al término y raya de las mayores que pueden imaginarse, y aun pasaron dos tiros de ballesta más allá de las mayores. Finalmente, aunque con este miedo y recelo, las escribió de la misma manera que él las hizo, sin añadir ni quitar a la historia un átomo de la verdad, sin dársele nada por objecionesI que podían ponerle de mentiroso; y tuvo razón, porque la verdad adelgaza y no quiebra2, y siempre anda sobre la mentira, como el aceite sobre el agua.

Y así, prosiguiendo su historia, dice que así como don Quijote se emboscó en la floresta, encinar o selva junto al gran Toboso, mandó a Sancho volver a la ciudad y que no volviese a su presencia sin haber primero hablado de su parte a su señora, pidiéndola fuese servida de dejarse ver de su cautivo caballero3 y se dignase de echarle su bendición, para que pudiese esperar por ella felicísimos sucesos de todos sus acometimientos y dificultosas empresas. Encargóse Sancho de hacerlo así como se le mandaba y de traerleII tan buena respuesta como le trujo la vez primera.

—Anda, hijo —replicó don Quijote—, y no te turbes cuando te vieres ante la luz del sol de hermosura que vas a buscar. ¡Dichoso tú sobre todos los escuderos del mundo! Ten memoria, y no se te pase della cómo te recibe: si muda las colores el tiempo que la estuvieres dando mi embajada4; si se desasosiega y turba oyendo mi nombre; si no cabe en la almohada5, si acaso la hallas sentada en el estrado rico de su autoridad; y si está en pie, mírala si se pone ahora sobre el uno, ahora sobre el otro pie; si te repite la respuesta que te diere dos o tres veces; si la muda de blanda en áspera, de aceda en amorosa6; si levanta la mano al cabello para componerle, aunque no esté desordenado... Finalmente, hijo, mira todas sus acciones y movimientos, porque si tú me los relatares como ellos fueron, sacaré yo lo que ella tiene escondido en lo secreto de su corazón acerca de lo que al fecho de mis amores toca: que has de saber, Sancho, si no lo sabes, que entre los amantes las acciones y movimientos exteriores que muestran cuando de sus amores se trata son certísimos correos que traen las nuevas de lo que allá en lo interior del alma pasa. Ve, amigo, y guíete otra mejor ventura que la mía, y vuélvate otro mejor suceso del que yo quedo temiendo y esperando en esta amarga soledad en que me dejas7.

—Yo iré y volveré presto —dijo Sancho—; y ensanche vuestra merced, señor mío, ese corazoncillo, que le debe de tener agora no mayor que una avellana, y considere que se suele decir que buen corazón quebranta mala ventura, y que donde no hay tocinos, no hay estacas8; y también se dice: «Donde no piensaIII, salta la liebre9». Dígolo porque si esta noche no hallamos los palacios o alcázares de mi señora, agora que es de día los pienso hallar, cuando menos los pienseIV; y hallados, déjenme a mí con ella.

—Por cierto, Sancho —dijo don Quijote—, que siempre traes tus refranes tan a pelo de lo que tratamos10 cuanto me dé Dios mejor ventura en lo que deseo.

Esto dicho, volvió Sancho las espaldas y vareó su rucio11, y don Quijote se quedó a caballo descansando sobre los estribos y sobre el arrimo de su lanza12, lleno de tristes y confusas imaginaciones, donde le dejaremos, yéndonos con Sancho Panza, que no menos confuso y pensativo se apartó de su señor que él quedaba13; y tanto, que apenas hubo salido del bosque, cuando, volviendo la cabeza, y viendo que don Quijote no parecía14, se apeó del jumento y, sentándose al pie de un árbol, comenzó a hablar consigo mesmo y a decirse15:

—Sepamos agora, Sancho hermano, adónde va vuesa merced. ¿Va a buscar algún jumento que se le haya perdido16? —No, por cierto. —Pues ¿qué va a buscar? —Voy a buscar, como quien no dice nada, a una princesa, y en ella al sol de la hermosura y a todo el cielo junto. —¿Y adónde pensáis hallar eso que decís, Sancho? —¿Adónde? En la gran ciudad del Toboso. —Y bien, ¿y de parte de quién la vais a buscar? —De parte del famoso caballero don Quijote de la Mancha, que desface los tuertos y da de comer al que ha sed y de beber al que ha hambre17. —Todo eso está muy bien. ¿Y sabéis su casa, Sancho? —Mi amo dice que han de ser unos reales palacios o unos soberbios alcázares. —¿Y habéisla visto algún día por ventura? —Ni yo ni mi amo la habemos visto jamás. —¿Y paréceos que fuera acertado y bien hecho que si los del Toboso supiesen que estáis vos aquí con intención de ir a sonsacarles sus princesas18 y a desasosegarles sus damas, viniesen y os moliesen las costillas a puros palos y no os dejasen hueso sano? —En verdad que tendrían mucha razón, cuando no considerasen que soy mandado, y que

Mensajero sois, amigo,
no merecéisV culpa, non19.

—No os fiéis en eso, Sancho, porque la gente manchega es tan colérica como honrada y no consiente cosquillas de nadie20. Vive Dios que si os huele, que os mando mala ventura21. — ¡Oxte, puto! ¡Allá darás, rayo22! ¡No, sino ándeme yo buscando tres pies al gato por el gusto ajeno! Y más, que así será buscar a Dulcinea por el Toboso como a Marica por Ravena o al bachiller en Salamanca23. ¡El diablo, el diablo me ha metido a mí en esto, que otro no!

Este soliloquio pasó consigo Sancho, y lo que sacó dél fue que volvió a decirse:

—Ahora bien, todas las cosas tienen remedio, si no es la muerte24, debajo de cuyo yugo hemos de pasar todos, mal que nos pese, al acabar de la vida. Este mi amo por mil señales he visto que es un loco de atar, y aun también yo no le quedo en zaga25, pues soy más mentecato que él, pues le sigo y le sirvo, si es verdadero el refrán que dice: «Dime con quién andas, decirte he quién eres», y el otro de «No con quien naces, sino con quien paces26». Siendo, pues, loco, como lo es, y de locura que las más veces toma unas cosas por otras y juzga lo blanco por negro y lo negro por blanco, como se parecióVI cuando dijo que los molinos de viento eran gigantes, y las mulas de los religiosos dromedarios27, y las manadas de carneros ejércitos de enemigos, y otras muchas cosas a este tono28, no será muy difícil hacerle creer que una labradora, la primera que me topare por aquí, es la señora Dulcinea; y cuando él no lo crea, juraré yo, y si él jurare, tornaré yo a jurar, y si porfiare, porfiaré yo más, y de manera que tengo de tener la mía siempre sobre el hito, venga lo que viniere29. Quizá con esta porfía acabaré con él que no me envíe otra vez a semejantes mensajerías30, viendo cuán mal recado le traigo dellas, o quizá pensará, como yo imagino, que algún mal encantador de estos que él dice que le quieren mal la habrá mudado la figura, por hacerle mal y daño.

 

Con esto que pensó SanchoVII Panza quedó sosegado su espíritu y tuvo por bien acabado su negocio, y deteniéndoseVIII allí hasta la tarde31, por dar lugar a que don Quijote pensase que leIX habíaX tenido para ir y volver del Toboso32. Y sucedióle todo tan bien, que cuando se levantó para subir en el rucio vio que del Toboso hacia donde él estaba venían tres labradoras sobre tres pollinos, o pollinas, que el autor no lo declara, aunque más se puede creer que eran borricas33, por ser ordinaria caballería de las aldeanas; pero como no va mucho en esto34, no hay para qué detenernos en averiguarlo. En resolución, así como Sancho vio a las labradoras, a paso tirado volvió a buscar a su señor don Quijote, y hallóle suspirando y diciendo mil amorosas lamentaciones. Como don Quijote le vio, le dijo:

—¿Qué hay, Sancho amigo? ¿Podré señalar este día con piedra blanca o con negra35?

—Mejor será —respondió Sancho— que vuesa merced la señaleXI con almagre, como rétulosXII de cátedras36, porque le echen bien de ver los que le vieren.

—De ese modo —replicó don Quijote—, buenas nuevas traes.

—Tan buenas —respondió Sancho—, que no tiene más que hacer vuesa merced sino picar a Rocinante y salir a lo raso a ver a la señora Dulcinea del Toboso37, que con otras dos doncellas suyas viene a ver a vuesa merced.

—¡Santo Dios! ¿Qué es lo que dices, Sancho amigo? —dijo don Quijote—. Mira no me engañes, ni quieras con falsas alegrías alegrar mis verdaderas tristezas.

—¿Qué sacaría yo de engañar a vuesa merced —respondió Sancho—, y más estando tan cerca de descubrir mi verdad? Pique, señor, y venga, y verá venir a la princesa nuestra ama vestida y adornada, en fin, como quien ella es. Sus doncellas y ella todas son una ascua de oro38, todas mazorcasXIII de perlas39, todas son diamantes, todas rubíes, todas telas de brocado de más de diez altos40; los cabellos, sueltos por las espaldas, que son otros tantos rayos del sol que andan jugando con el viento41; y, sobre todo42, vienen a caballo sobre tres cananeas remendadas43, que no hay más que ver44.

Hacaneas querrás decir, Sancho.

—Poca diferencia hay —respondió Sancho—XIV; de cananeas a hacaneas; pero, vengan sobre lo que vinieren, ellas vienenXV las más galanas señoras que se puedan desear, especialmente la princesa Dulcinea mi señora, que pasma los sentidos.

—Vamos, Sancho hijo —respondió don Quijote—, y en albricias destas no esperadas como buenas nuevas45 te mando el mejor despojo que ganare en la primera aventura que tuviere46, y si esto no te contenta, te mando las crías que este año me dieren las tres yeguas mías, que tú sabes que quedan para parir en el prado concejil de nuestro pueblo47.

—A las crías me atengo —respondió Sancho—, porque de ser buenos los despojos de la primera aventura no está muy cierto48.

Ya en esto salieron de la selva y descubrieron cerca a las tres aldeanas. Tendió don Quijote los ojos por todo el camino del Toboso, y como no vio sino a las tres labradoras, turbóse todo y preguntó a Sancho si las había dejado fuera de la ciudad.

—¿Cómo fuera de la ciudad? —respondióXVI—. ¿Por ventura tiene vuesa merced los ojos en el colodrillo49, que no vee que son estas las que aquí vienen, resplandecientes como el mismo sol a medio día?

—Yo no veo, Sancho —dijo don Quijote—, sino a tres labradoras sobre tres borricos.

—¡Agora me libre Dios del diablo! —respondió Sancho—. ¿Y es posible que tres hacaneas, o como se llaman, blancas como el ampo de la nieve50, le parezcan a vuesa merced borricos? ¡Vive el Señor que me pele estas barbas si tal fuese verdad!

—Pues yo te digo, Sancho amigo —dijo don Quijote—, que es tan verdad que son borricos, o borricas, como yo soy don Quijote y tú Sancho Panza; a lo menos, a mí tales me parecen.

—Calle, señor —dijo Sancho—, no diga la tal palabra51, sino despabile esos ojos y venga a hacer reverenciaXVII a la señora de sus pensamientos, que ya llega cerca.

Y, diciendo esto, se adelantó a recebir a las tres aldeanas y, apeándose del rucio, tuvo del cabestro al jumento de una de las tres labradoras y, hincando ambas rodillas en el suelo, dijo:

—Reina y princesa y duquesa de la hermosura, vuestra altivez y grandeza sea servida de recebir en su gracia y buen talenteXVIII al cautivo caballero vuestro52, que allí está hecho piedra mármol, todo turbado y sin pulsos, de verse ante vuestra magnífica presencia53. Yo soy Sancho Panza, su escudero, y él es el asendereado caballero don Quijote de la Mancha54, llamado por otro nombre el Caballero de la Triste Figura.

A esta sazón ya se había puesto don Quijote de hinojos junto a Sancho y miraba con ojos desencajados y vista turbada a la que Sancho llamaba reina y señora; y comoXIX no descubría en ella sino una moza aldeana, y no de muy buen rostro, porque era carirredonda y chata, estaba suspenso y admirado55, sin osar desplegar los labios. Las labradoras estaban asimismo atónitas, viendo aquellos dos hombres tan diferentes hincados de rodillas, que no dejaban pasar adelante a suXX compañera; pero rompiendo el silencio la detenida, toda desgraciada y mohína56, dijo:

—Apártense nora en tal del camino, y déjenmos pasar57, que vamos depriesa.

A lo que respondió Sancho:

—¡Oh princesa y señora universal del Toboso! ¿Cómo vuestro magnánimoXXI corazón no se enternece viendo arrodillado ante vuestra sublimada presencia a la coluna y sustento de la andante caballería58?

Oyendo lo cual otra de las dos, dijo:

—Mas ¡jo, que te estrego, burra de mi suegro59! ¡Mirad con qué se vienen los señoritos ahora a hacer burla de las aldeanas, como si aquí no supiésemos echar pullas como ellos60! Vayan su camino e déjenmos hacer el nueso, y serles ha sano61.

—Levántate, Sancho —dijo a este punto don Quijote—, que ya veo que la fortuna, de mi mal no harta62, tiene tomados los caminos todos por donde pueda venir algún contento a esta ánima mezquina que tengo en las carnes. Y tú, ¡oh estremo del valor que puede desearse, término de la humana gentileza, único remedio deste afligido corazón que te adora!, ya que el maligno encantador me persigue y ha puesto nubes y cataratas en mis ojos63, y para solo ellos y no para otros ha mudado y transformado tu sin igual hermosura y rostro en el de una labradora pobre, si ya también el mío no le ha cambiado en el de algún vestiglo, para hacerle aborrecible a tus ojos, no dejes de mirarme blanda y amorosamente, echando de ver en esta sumisión y arrodillamiento que a tu contrahecha hermosura hago la humildad con que mi alma te adora64.

 

martes, 13 de septiembre de 2022

Elementos fantásticos en la novela de caballería

 

Elementos fantásticos en las novelas de caballerías: dragones, gigantes, enanos y magos

Una de las principales características de las novelas de caballerías es la presencia de elementos fantasiosos como dragones, gigantes y enanos. 

Es esta la principal característica que diferencia a la novela caballeresca (en la que tanto el protagonista como la trama, a pesar de ser ficticios, siguen patrones de verosimilitud) de la novela de caballerías (con elementos fantásticos que se utilizan para "exagerar" los peligros que acechan al caballero protagonista y engrandecer su hazaña). 



  • EL DRAGÓN:
Durante la Edad Media, los dragones fueron considerados símbolo de apostasía y de traición, aunque también de cólera y envidia. Los dragones de varias cabezas significaban decadencia, opresión y herejía, aunque también fueron considerados como emblema de independencia. Muchos dragones representaban la sabiduría. Matar a un dragón era considerado un pasaporte a la riqueza, y la demostración de que un héroe era realmente hábil y astuto. 


  • GIGANTES Y ENANOS: 

Buena parte de los gigantes que pueblan los textos caballerescos se presentan como temibles adversarios a los que el protagonista ha de vencer y, en tanto que tales, el enfrentamiento bélico contra ellos desempeña una papel fundamental en la trayectoria vital del caballero. Se convierten así,  en «mueble indispensable» de estas obras y resultan necesarios «para dar la medida del valor y superioridad de sus héroes caballerescos.

 La batalla contra el gigante suele utilizarse, además, como término de comparación con otros caballeros.

Respecto a la figura del enano, esta se asocia con un personaje "inferior y folclórico", normalmente al servicio del caballero. En su papel de escuderos, acompañantes y mensajeros los enanos son dignos aliados del héroe al que sirven lealmente. Sin embargo, su ignorancia, su temor y su malicia, ya sean ocasión de risa o de melancolía, subrayan la idílica extravagancia de las acciones guerreras e interés amoroso del caballero,
atacando así la misma ilusión que les sustenta. 
 Por otra parte, encontramos también en estas novelas la recurrente figura del mago.


  • EL MAGO

El término mago proviene del persa antiguo maguš por mediación del griego μάγος y finalmente del latín magus. El sentido original de la palabra Mago se refería a los integrantes de una tribu de Media y luego a los sacerdotes persas. En términos modernos se refiere, a una especie de astrólogo o adivino, que practica magiahechicería o brujería. Comúnmente, "mago" se refiere a hechicero masculino, y "bruja" a una hechicera. 
Originalmente, un magi era el miembro de una tribu de la antigua Media que se ocupaba de las prácticas religiosas y funerarias. Después de la conversión de esta tribu al zoroastrismo fueron considerados por los tres imperios persas guardianes del legado de Zaratustra (a pesar de que introdujeron algunas modificaciones al mensaje original). Los magos de Persia fueron incluyendo en su religión algunos temas o elementos de Babilonia, como la astrología, la demonología y la magia. En su rito religioso vertían libaciones de leche, aceite y miel sobre una llama y al mismo tiempo entonaban rezos y canciones. Llevaban vestiduras blancas, tiara, y en la mano un haz de ramas de tamarisco.
Ya en el siglo I fueron reconocidos como hombres sabios y cientificos . Los más tarde llamados reyes magos, personajes llegados de Oriente y mencionados en la Biblia  eran magos en el sentido original del término, esto es, sacerdotes persas.


Una obra en la que podemos comprobar la presencia de estos elementos fantásticos es el Amadís de Gaula.
En ella, la presencia de estos elementos no se corresponde con la descripción de una realidad exterior objetiva, sino que es la adaptación estética de la realidad a "visiones subjetivas".
"Los elementos fantásticos no proceden a describir los hechos físicos en sí, sino que intenta objetivar una experiencia psíquica" (RUSSINOVICH, Yolanda. El Elemento mítico- simbólico en el Amadís de Gaula. Instituto Cervantes). 







Otro ejemplo es el caso del Libro del Caballero Zífar , En la obra, la presencia de elementos fantásticos, de la misma forma que en resto de novelas de caballerías de la época, responde a una idealización fantástica o fabulosa de los acontecimientos. 

Las distintas manifestaciones de la maravilla en la obra están determinadas siempre por el poder de de Dios o de poderes fabulosos. Desde el principio de la obra se observa una manipulación intencionada de las situaciones. 

El análisis del componente fantástico de la obra está ligado al análisis del problema de la unidad de la misma, porque los episodios fantásticos son partes completas en sí mismas




Es precisamente de estas exageraciones, que aparecen en los libros mencionados previamente, de las que hace crítica el Quijote de La Mancha.

Una escena de la obra de Cervantes en la que queda reflejada la crítica a la presencia de "gigantes" en las novelas de caballerías es el capítulo de los molinos.

Don Quijote confunde los molinos de viento con gigantes y las aspas con los brazos de estos. De esta forma hace burla de la presencia de "gigantes" en las novelas de caballerías y de la idealización y exageración empleada en este género literario. 

La novela de caballería

 

La novela de caballerías es un género literario escrito en prosa. Estas novelas también fueron conocidas como libros de caballerías y se caracterizaban por contar las hazañas y hechos fabulosos de caballeros aventureros o andantes. Todos ellos contienen hechos e historias fingidas cuyos héroes son nobles armados.  Como género, se desarrolló durante el siglo XIV hasta el siglo XVII. Pero, las novelas gozaron de mayor esplendor durante el siglo XVI y, a partir de 1550,  empezaron a perder popularidad.
Estas novelas comienzan a gestarse durante la Edad Media con un fin muy específico: adoctrinar a la clase noble y aristócrata. Como ya sabemos, el primogénito de las familias nobles heredaba el título y las propiedades, pero también se educaba en el mundo de las armas. Durante siglos esta práctica consolidó una aristocracia con costumbres un poco barbáricas, que vio en la guerra  el primer objetivo de su existencia. Las novelas de caballerías comenzaron a romper este molde y mostraron a héroes cuyo máximo ideal fueron el amor y el esfuerzo. En un principio esta evolución tuvo lugar en Francia, concretamente en una novela en verso que recibía el nombre de “roman courtois”. En ellas se enaltecía el sentimiento amoroso y el valor personal, que ayudaba a perfilar una clase social más refinada. Son narraciones que se alejan de un esquema estructural fijo. Fruto de ello nos encontramos con el Espejo de príncipes y caballeros de Diego Ortúñez de Calahorra, en donde el aspecto didáctico y moralizante ocupa un espacio relevante en la obra.
Por lo general, los libros de caballerías son relatos biográficos donde se cuenta la trayectoria extraordinaria del protagosnista. Desde su nacimiento hasta su muerte, cada uno de los capítulos de su vida viene a demostrar el perfil singular del héroe. De esta forma, el protagonista no puede ser una persona normal, porque desde el momento de su nacimiento está llamado a realizar empresas grandiosas. Estamos ante un caballero andante que se convertirá en el prototipo de heroísmo y de fidelidad amorosa. Valores que mostrará a través de una serie de viajes por tierras lejanas y extrañas, en las que buscará fama y honor combatiendo contra multitud de caballeros y seres maravillosos. El deseo de adquirir fama y honor tiene como finalidad última conseguir el amor de su dama, a la que ofrece todas sus victorias. El código moral se entrelaza con el código erótico, de ahí el parecido de las novelas caballerescas con la novela sentimental. Los móviles del caballero andante son la defensa del oprimido y de la justicia; el amor a una dama y el gusto por la aventura, impulsado por un espíritu de sacrificio y una adoración casi mística de su amada.
Este género de origen francés, se introdujo pronto en Castilla. Mientras en Francia fue un fenómeno medieval, en España floreció en el Renacimiento debido a la herencia de la literatura artúrica francesa. En la Península circulaban traducciones de la literatura artúrica, que fueron leídas por toda la nobleza por ser una de las escasas formas de ficción literaria disponibles entonces. Más tarde los autores españoles adaptaron estas fuentes francesas al gusto castellano, reduciendo el elemento místico-religioso y desarrollando el elemento combativo.
Las obras castellanas anteriores al siglo XVI que presentan una cierta influencia artúrica, como la Gran conquista de ultramar y el Caballero Zifar, no se pueden catalogar como verdaderos libros de caballerías. Pero sí son importantes para ver cómo se fue desarrollando el género. La literatura caballeresca castellana comenzó a florecer en el siglo XVI con el libro más perfecto del género que fue el Amadís de Gaula. Las obras originales españolas publicadas en los Siglos de Oro fueron creadas a partir del modelo establecido por Amadís de Gaula, deudor a su vez de una larga progenie que comienza en los romans artúricos del poeta francés Chrétien de Troyes (finales del siglo XII), que fue uno de los primeros poetas que escribió romances en versos pareados sobre el semilengendario rey Arturo de Inglaterra y sus nobles caballeros. Está considerado como el precursor del romance medieval.
 
Las novelas de caballería provienen de una tradición medieval con importante repercusión, se hacen populares entre 1508 y 1608. En ellas se produce un resurgimiento de las aventuras heroicas y galantes en las que se acentúa el sacrificio por un ideal y el honor personal.
Características:
  • •Sus autores agregaban elementos mágicos, sobrenaturales y fantásticos para acrecentar la excepcionalidad de las aventuras. Se publicaron dos grandes ciclos: el artúrico y el Carolingio.
  • •En estas narraciones importan más los hechos que los personajes, los hechos se estructuran en diferentes episodios que el héroe debe atravesar salvando las diferentes pruebas que se le presentaban hasta cumplir con su misión, es decir, cumplir con el camino de héroe.
  • •En general imitaban la lengua medieval y solían imprimirse en letra gótica.
  • •El espacio donde transcurrían los hechos eran territorios de gran abundancia y exotismo
  • • Se ubican en un pasado medieval.
  • •El protagonista de las novelas de caballería eran caballeros de linaje noble y se caracterizaban por su inteligencia, su valentía y su fuerza.
  • Narrador que encuentra un manuscrito antiguo que cuenta la historia del caballero en cuestión
  • Amor Cortés
  • •Persecución del honor
  • •Lealtad al rey
  • •Damas en peligro, capturadas por caballeros malos, hechicero(a)s, gigantes, enanos, bandidos, etc.
  • •Mujeres falsas
  • •Traición al caballero principal por envidia

    La protagonista de los libros de caballerías se suele definir como dama enamorada, y su rasgo distintivo es la belleza. Oriana es el paradigma de enamorada en los libros de caballerías (Amadís de Gaula). Otro claro ejemplo es Iseo en el Tristán de Leonís de 1501 o Claribea en el Felixmarte de Hircania.
             
       En ocasiones la condición de dama enamorada genera nuevas caracterizaciones en su imagen. Algunas de ellas son las siguientes.
             
            La doncella predestinada al amor, como Leonorina en las Sergas de Esplandián tiene un destino inminente que él es desvelado al nacer o en su infancia como la señora de amor del héroe.

    La doncella celosa que, por circunstancias específicas o por la intervención de otra dama enamorada, como Briolana en el Amadís de Gaula, desdeña a su caballero. Oriana es el paradigma de este tipo de dama pero hay otras tan paradigmáticas como Iseo en Tristán de Leonís o Miliana en Tristán el Joven.

    Otro tipo es el de la dama casada, si el matrimonio público es la culminación legal del amor la dama enamorada se convertirá en casada; como Oriselva en Espejo de príncipes y caballeros; Clorinda en Belianís de Grecia; Jelandria y Lucendria en Bencimarte de Lusitania; o Gracisa y Domás en Marsindo.

    La primera parte contraria a la dueña casada es la dama adúltera. Encontramos casos de este tipo femenino en los siguientes textos: Adriana en Reimundo de Grecia; la madre de Merlín en la Estoria de Merlín y Ginebra en el Lanzarote del Lago.

    La segunda se encarna en la dama viuda como Lucendria en Bencimarte de Lusitania o la duquesa de Nardides en Primaleón.

    Los elementos sobrenaturales que caracterizan también a un tipo femenino, en los libros de caballerías los encontramos en la hermana de Galaz en la Demanda del Santo Grial que encarna a la doncella incestuosa.

    En ocasiones, como ya hemos visto con el caso de la doncella guerrera que toma la iniciativa para formar parte de la acción caballeresca, también hay doncellas cuyo comportamiento es atrevido. Son las doncellas requeridoras de amor, como Cardenia en Florambel de Lucea o una anónima en Felixmarte de Hircania.

    La doncella desconsolada sufre o por la desaparición de su caballero o por la muerte de alguien cercano como en el caso de Barsina, la hija de un jayán en Cristalián de España, Clariola en Rosela de Grecia, Altinea en Filorante y Gridonia en Primaleón.


    La doncella falsa o traidora suele conducir al caballero a una situación peligrosa generalmente por despecho lo que enmarca un fuerte deseo de venganza, como es el caso de Melisenia en Bencimarte de Lusitania.
  •  
    Ramón Llull en su libro Libro de la Orden de Caballería detalla la simbología de las armas del caballero, y establece un paralelismo entre los símbolos que rodean el oficio del clérigo y los que acompañan al caballero:

    LA ESPADA tiene forma de cruz para recordar que con ella se ha de vencer a los enemigos de Cristo y tiene doble filo porque el caballero ha de defender la justicia y la caballería.

    LA LANZA simboliza la verdad y como ella es recta en el mango, su hierro se adelanta a la falsedad y el pendón hace que sea vista desde lejos,

    EL YELMO es símbolo de la vergüenza y así como ésta defiende al caballero de los hechos indignos,

    EL CASCO de hierro defiende la cabeza, la parte más importante del cuerpo humano.

    LA LORIGA significa el muro que rodea al castillo por todas partes para que no puedan entrar en él la deslealtad ni otros vicios. Vemos una imagen a continuación.



    LAS CALZAS DE HIERRO dan seguridad al caballero y simbolizan la seguridad de los caminos que garantiza el caballero con su espada, lanza y demás armas.

    LAS ESPUELAS que animan al caballo son el símbolo de la diligencia que se ha de tener para cumplir con el orden de caballería.

    LA GORGUERA significa la obediencia y como ésta mantiene al caballero a las órdenes del señor evitando traiciones, injurias y defendiendo el cuello de heridas y golpes.

    LA MAZA es valor de coraje, este defiende al caballero contra todos los vicios y aquélla se enfrenta a todas las armas y ataca por todos lados.

    LA MISERICORDIA o PUÑAL recuerda que de nada sirven las armas sin la ayuda de Dios, último recurso como el puñal cuando todas las demás armas han fallado.

    EL ESCUDO se interpone entre el caballero y su enemigo como el caballero entre su rey y el pueblo para recibir los golpes destinados a su señor.

    LA SILLA DE MONTAR da seguridad al caballero, la que este debe inspirar a los demás.

    EL CABALLO significa la nobleza del valor del caballero para  que cabalgue más alto que nadie, sea visto desde lejos, tenga más cosas debajo de sí y acuda rápidamente donde lo exija su deber de caballero.

    Al caballo se le ponen FRENO, TESTERA y GUARNIMIENTOS como símbolo de que el caballero debe refrenar su boca, ha de utilizar la cabeza y no actuar alocadamente, y está obligado a guardar sus bienes y riquezas para ejercer el oficio de caballero con honor «porque de la misma manera que no podría el caballo defenderse de golpes y heridas sin guarnimientos, tampoco el caballero sin aquellos bienes temporales puede mantener el honor de caballería; ni tampoco podría defenderse de malvados pensamientos; porque la pobreza del caballero hace pensar engaños y traiciones».



    LA TÚNICA o PERPUNT que recibe el caballero significa los grandes trabajos que habrá de sufrir en honor de la caballería, pues como ésta permanece expuesta a las inclemencias del tiempo y recibe los golpes antes que la loriga, así el caballero protege a todos y recibe los golpes antes que las personas que le han sido encomendadas.


    El caballero recibe una SEÑA, DIVISA O ARMAS que irá sobre el escudo, la silla y la túnica para que sea conocido por todos y alabado si actúa bien y vituperado si es cobarde, flaco o retraído. Junto con la seña, el señor de caballeros y el príncipe recibe el estandarte o «señera» para significar «que los caballeros están en el deber de mantener el honor de su señor y su heredad».